La carne roja es más rica en hierro (el hierro contribuye al desarrollo cognitivo normal). Además, todas las carnes, tanto rojas como blancas, contienen proteínas (contribuyen a aumentar la masa muscular y son necesarias para el mantenimiento y el desarrollo normales de los huesos), minerales como el zinc, (contribuye a la protección de las células frente al daño oxidativo), fósforo (contribuye al mantenimiento de los huesos y dientes) y potasio (contribuye al mantenimiento de la presión arterial normal); también contienen vitaminas como es la vitamina B1 (Tiamina), y que contribuye al funcionamiento normal del corazón); la vitamina B3 (Niacina), que ayuda a disminuir el cansancio y la fatiga; la vitamina B6 (Piridoxina) y la Vitamina B12 (Cobalamina), que contribuyen al funcionamiento normal del sistema inmunitario.
De todos los nutrientes de la carne, tanto rojas como blancas, las proteínas (16-20%) ocupan un lugar preferente. Los aminoácidos esenciales que forman parte de las proteínas de la carne, le confieren a ésta un alto valor biológico.
La grasa de las carnes es el nutriente que más fluctúa de unas carnes a otras, incluso dentro de una misma especie, y su variabilidad es tanto a en calidad como en cantidad. La industria cárnica ha desarrollado derivados con contenido reducido o modificado de algunos de sus nutrientes, como es la sal y las grasas, convirtiéndose en estupendos aliados en colectivos que deben seguir dietas especiales, o con patologías concretas.
La pirámide de la alimentación nueva diferencia los distintos tipos de carne, y así, por ejemplo, recomienda que el consumo de carne roja sea de frecuencia moderada, para evitar patologías en las que pueda estar implicada si su consumo es elevado y frecuente.